Día 2. Empezamos el día con un desayuno en el estupendo comedor del hotel. Me evoca los días en los que la gente pudiente veraneaba en estos balnearios, ahora convertidos en hotel. Y recuerdo los años que estuve en India yendo de hotel en hotel, a cual más horrible, pero que de vez en cuando alunizaba en alguno de aquellos de la era colonial británica, cargados de recuerdos, fotografías de cacerías de tigres, libros de otra época y estanterías repletas de objetos; el olor de los muebles, el sonido de las pisadas sobre el pavimento de madera… Si uno baja el ritmo y se concentra puede oir el murmullo de la gente caminando por los pasillos, fumando un cigarro y discutiendo asuntos íntimos. Inmortales por un instante.
¡Dejemos estos pensamientos y vayamos a lo que interesa! Empezamos el día con la visita a la bodega de Luis Pato, de la DO. Bairrada. El Sr. Pato produce un amplio abanico de vinos, desde espumosos hasta un dulce, pasando por varias singularidades, como un Noir de blanc (un rosado de uva blanca a la que se le añade un porcentaje de hollejos de tinta); o la utilización -para aumentar la acidez- de la variedad Cercialinho (cercial de Madeira x alvarinho), una variedad solo utilizada por él. También es digno de mención que fue el primero en utilizar la expresión “vinhas velhas” en Portugal, así como su conocida defensa de la variedad tinta baga, difícil de trabajar, pero que da unos vinos muy interesantes cuando se le toma la medida y se la trata con sabiduría.
Probamos varios vinos de la pipa (las barricas que usualmente se usan en la zona). Siempre es un buen ejercicio para entender la filosofía del elaborador y los vinos que saldrán en el futuro. Tras ello empezó la cata de producto acabado: tres espumosos monovarietales, cuatro blancos, dos tintos y un dulce. Quisiera destacar dos de ellos. El Luis Pato Vinhas Velhas 1998 y el Luis Pato Bical 2003. Dos vinos blancos fantásticos que le hacen a uno pensar sobre las posibilidades de envejecimiento de los vinos portugueses.
El Luis Pato Vinhas Velhas 1998 es largo, profundo y equilibrado. En boca es complejo y suave, y deja un retronasal larguísimo de notas de piel de naranja confitada y miel (me recuerda a un riesling maduro). Simplemente buenísimo.
Por otro lado el Luis Pato Bical 2003 se caracteriza por la «nada»: no se añaden sulfitos, no se filtra y no se clarifica. El resultado: una nariz ligeramente ahumada, y un paso por boca suave y muy especiado, con un final de piña madura.
En resumen: es necesario seguir la pista a estos vinos, poco conocidos en España, pues merecen toda la consideración del mundo.
Entre una cosa y otra se nos hizo la hora de comer. ¡Y qué mejor que algunas especialidades del país! Pasaron por la mesa toda una cola de platos típicos. Destacable el cerdo. Simplemente delicioso. Y para acabar, algunos postres. Yo no soy muy aficionado al dulce, pero puedo prometer que la repostería portuguesa merece una atención especial.
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De ahí nos fuimos cerca de Lisboa para catar uno de los mejores vinos dulces del mundo: el Moscatel Roxo de Setubal que produce Bacalhoa. La primera vez que lo caté fue en Barcelona hará unos tres años. Estaba cenando en el restaurante O’Lusitano, y pedí un «postre líquido» a Ricardo, el propietario. Quedé al instante prendado del vino, y me prometí que algún día lo cataría en la propia bodega. Bacalhoa es el segundo productor de vino de Portugal, justo por detrás de Sogrape.
Aunque producen muchos vinos y destilados, solo tuvimos tiempo de catar tres dulces: Moscatel de Setubal 2011 (envejecimiento de 2 años), Moscatel de Setubal 2000 (10 años) y Moscatel Roxo (10 años).
Los dos últimos son, en mi opinión, los más interesantes y complejos. Una dulce complejidad aportada por los más de 180 gr/litro de azucar. Unos vinos estupendos que merecen más reconocimiento de público y especialistas.
Acabamos el día en Alentejo con la visita a la Quinta de Dona Maria, una bodega que estuvo unos años vinculada a Château Lafite, pero que siguió su camino en solitario con la entrada del milenio. Es un lugar cargado de historia. A mitad del siglo XVIII el rey Joao V regaló esta Quinta a una cortesana de la que estaba enamorado, de nombre Maria. Quinta de Dona Maria ha estado produciendo vinos durante los últimos 130 años, pero solo empezó a venderlos a partir de 1986 de la mano de su actual propietario, Júlio Tassara de Bastos.
Para el pisado de la uva utiliza los lagares (piscinas de mármol). Aunque en las fotografías se suele representar a hombres cogidos hombro a hombro y pisando alegremente la uva, suelen ser las mujeres las que hacen este trabajo. La primera cosecha controlada íntegramente por el Sr. Tassara de Bastos es de 2003 y desde entonces se ha mantenido la producción.
La ocasión dio para catar diez vinos, de los cuales quisiera destacar tres:
Dona Maria Rosé 2013 (aragonez y touriga nacional), de color salmón-piel de cebolla, es intenso en nariz y elegante en boca. Se me antoja muy bueno para maridar con arroces.
Dona Maria Touriga Nacional 2010 (con notas de rosas y violetas sobre un fondo tostado, en boca es fresco, suave y marcado por aromas de frutos rojos).
Dona Maria Amantis reserva 2008 (syrah, petit verdot, cabernet sauvignon y touriga nacional). En nariz es denso y suave, con notas de fruta madura. En boca es muy equilibrado y redondo, con retrogusto balsámico.
Fue una buena velada para acabar un intenso viaje. ¡Y ya estoy pendiente de volver a Portugal para aprender más sobre este gran país y sus vinos!