Hay muy pocos locales en Barcelona que son capaces de evocarme siempre buenos recuerdos. Uno de ellos, por no decir mi predilecto, es el bar Quimet-Quimet, en el Poble Sec. Hace años que lo frecuento, aunque no con la asiduidad con la que desearía hacerlo, y me parece milagroso que hoy en día, con la penetración que tiene internet en nuestras vidas y en las de los millones de turistas que visitan Barcelona, sobreviva un negocio familiar tan arquetípico del buen tapeo. Vinos, cervezas, destilados, licores, latas de conservas y alguna delicatessen más decoran las cuatro paredes y abastecen a los comensales de este pequeñísimo local dirigido por Quim.
Hay algunas tapas que repito a menudo, en especial el hígado de bacalao y los montaditos de salmón con queso fresco y el de paté con boletus, aunque siempre estoy abierto a las sugerencias que me presenten.
Dos han sido mis últimos descubrimientos: uno, las zamburiñas en su agua (no necesitan ni salsa, ni limón, ni pimienta, ni nada de nada), absolutamente imprescindibles, tiernas y deliciosas; y dos, los langostillos (Cardium tuberculatum o Acanthocardia tuberculata), también conocidos como berberecho verrugoso o corruco, un bivalvo parecido al berberecho, pero de mayor tamaño, que se caracteriza por una textura más dura que la de su congénere, y algo áspera. Por textura, sabor y toque yodado me recuerda al percebe.
La sinfonía acaba casi siempre con un surtido de quesos, siendo el stilton my favorito.
¿Y bebo algo mientras tanto? Sí. Suelo beber algunos vinos, y para seleccionarlos sigo más o menos siempre el mismo criterio, que comprende el tipo de vino, la zona geográfica y el precio que estoy dispuesto a pagar. ¿Hay muchos a elegir? Sí, por lo que siempre es divertido repasar las estanterías con la mirada en búsqueda de alguna referencia interesante. Luego, indefectiblemente, pregunto a Quim si me recomienda alguna marca y él, hábil catador, me ofrece este o aquel. Y para finalizar, algún «caprichito», dígase un Islay, una sidra de hielo, un Tokaji Aszú 5 puttonyos o un ron agrícola -por mencionar algunos-.
Es muy de valorar la cantidad de vinos generosos, espumosos, dulces, destilados y licores que se pueden disfrutar en el local. De hecho dispone de una cartera de producto de primera división. ¡Ojalá un 5% de los locales de Barcelona tuviesen el mismo cuidado y cariño en la selección de producto! Ello catapultaría a la ciudad como destino enológico obligatorio para todo sibarita de corazón.
Otra singularidad: la cerveza. Aunque poco representada en número, sí lo está en calidad. A presión sirve dos checas: la Pilsner Urquell y la Master. Y tiene en botella de 75 cl. una deliciosa cerveza belga tipo dubbel de 8% vol. que vende bajo la marca Quimet-Quimet. No suelo consumirla en el local, sino que la suelo llevar a cenas en casas de amigos.
En resumen: una sinfonía para los sentidos de principio a fin.
Quizá el motivo de que no hayan larguísimas colas para acceder al local sea la densidad de lujuriosos comensales comprimidos en tan singular espacio y que no haya una sola silla donde sentarse. ¡Que así continúe por muchos años y que mis pies me acompañen!